Capítulo
3 – La cima intratable
Y aquí
estoy, en pie en la cima de la montaña. A mi derecha está meditando el anciano,
inmóvil, como si fuera parte del cuarzo inerte sobre el que se encuentra
sentado. A mi izquierda ese poderoso árbol, milenario, enorme, mecidas sus
ramas a causa del tremendo vendaval, escucho el crepitar reconfortante de sus
hojas al entrechocar.
Por vez
primera aventuro un paso. Mis zapatos hacen sonar las baldosas del inesperado
altar derruido (tal vez por este rabioso viento). Resuena el eco de mi pisada
entre las 3 paredes detrás del viejo, quién no parece inmutarse.
Prosigo
mi paseo a través del pequeño espacio disponible. Avanzo hasta interponerme
entre el árbol y aquel personaje; no me gusta interrumpir, pero algo me empuja
a hacerlo: llamar la atención de ambos. Giro mi cuerpo dando la espalda a la
madera:
-
Oiga viejo, ¿es que no va a moverse siquiera por hospitalidad?
Entérese de que soy su invitado.
Tras
decir esto el anciano abre los ojos y me mira fijamente. Al devolverle la
mirada observo como deja caer varias lágrimas recorriendo su ajado rostro.
-
Estás en tu casa, haz lo que quieras. –dijo con desdén.
-
Lo siento, señor. No quise molestar. Pero, dígame, ¿qué motivo esconde
su evidente tristeza?
-
Muestro mi llanto, mas no busques razón alguna. Son mis lágrimas
quienes tomaron voluntad y decidieron que era su hora protagonista –continuó,
aumentando el goteo- este es su momento…
-
Maestro, no quiero que esté triste. Por favor, no llore más.
-
Debo complacerlas, es ahora cuando han de caer.
-
¿Por qué ahora? Aprovechemos este valioso tiempo en algo productivo, ¡para
mi o para los dos!
-
¡No! –replicó amenazador- Ni se te ocurra robarles el momento. Se lo
han ganado, ahora disfrutan cayendo.
-
¿De veras es necesario? No entiendo el propósito de su pérdida…
-
Su marcha deja espacio a otro tipo de energía, chaval. Esto me está
haciendo más fuerte: se está drenando la debilidad en mí.
Se hizo
el silencio por un instante. Volvió a cerrar los ojos, y las lágrimas cesaron.
Asombrosamente, quedé boquiabierto. He recorrido el mundo humano, y jamás vi
cosa igual. El huracán que soplaba se tranquiliza, dejando una leve brisa. De
alguna parte apareció una especie de chorro de aire concentrado, ¡nada menos
que transportando la última gota de la barbilla del viejo en dirección a mi! Asustado
retrocedí y me aparté. Mis ojos se centraron en seguir el rumbo rectilíneo de
ella, que acabó estampada en medio del tronco, donde apareció una brizna casi
instantáneamente.
Jiang
Tseng