martes, 19 de junio de 2012

¿Qué es Dios?


¿Qué es Dios?

-          Maestro, en su infinita bondad, por favor respóndame a una cuestión. – dije al anciano, lo más respetuosamente que pude.

-          Formula tu pregunta, joven. – respondió con voz conciliadora.

-          Usted dijo que ora a Dios. Quisiera saber, ¿a que Dios reza? – pregunté.

-          Mi percepción del mundo dada mi dilatada experiencia dista mucho de lo que tienes en mente. Religión no tiene nada que ver con Dios. Rezo a Dios. – apostilló en absoluta calma.

-          ¿Qué es Dios? – resolví.

-          El concepto de Dios es el mayor símbolo de fe. Dios es lo que cada uno crea que es.

-          En ese caso, dígame: ¿Qué es Dios para usted? ¿Dónde o en qué deposita su fe? – me apresuré intrigado.

-          Dios está en todas las cosas, animadas o inertes.
Todo aquello que existe es Dios.
El conjunto de toda la materia. Eso es Dios.

-          No lo entiendo, maestro. – espeté perplejo.

-          La diferencia entre materia animada o viva, y materia inanimada, es muy pequeña. Una fina hoja de papel separa una de la otra.

-          ¿Qué tiene que ver eso con Dios?

-          Digamos que no existiera diferencia entre materia viva y muerta, derribemos ese muro. Teniendo esto en cuenta, la consciencia no es algo exclusivo de un ser vivo.
Estoy afirmando que el universo tiene consciencia de si mismo.

-          Oiga, con todo mi respeto, una piedra no tiene consciencia, la materia inerte no funciona así. ¡Me está diciendo que existe una consciencia universal independiente!

-          No puedo afirmar categóricamente tal cosa, pues no hay constancia que lo pruebe. No puedo estar seguro de ello, por eso se le llama fe.

Jiang Tseng

lunes, 18 de junio de 2012

Vacío o Árbol


Vacío o Árbol

Así me encontré a mitad de la montaña. Delante de mí, un vacío inescrutable. Detrás, una ladera empinada.
Atisbé en la cima un árbol de frondosa copa, cuyas raíces penetraban la roca más viva. Cerca de mi posición vislumbro una de ellas (de unos diez centímetros de grosor) que atravesó la roca varios metros por debajo, dios sabe la fuerza de determinación que puede acumular este majestuoso ejemplar de cerezo para que esa raíz traspase la roca con tal violencia.
Decido escalar por ella hasta otra raíz circundante, y de ésta a otra, hasta que me deslicé a lo más alto de la montaña.

Es extraño, – pensé – nunca habría imaginado esto.
Se alzaba ante mis ojos una especie de altar alicatado frente al enorme árbol. Como un gran baño al aire libre, de azulejos blancos y azulados; tres paredes de unos dos metros que sostenían no se sabe de que manera un tejado resquebrajado.
En el mismo centro se hallaba la única pieza del mobiliario: Una piedra de cuarzo translúcido de un tamaño descomunal, donde residía un anciano escuálido en postura de meditación.

-         - ¡Hola buen anciano! – grité en medio de los fuertes vientos de la cima.
-         - … - el hombre no movió un solo músculo.
-         - ¿Qué es lo que hace aquí, buen hombre?
-         - Medito. Ofrezco mis plegarias a Dios por permitirme estar aquí.
-         - Voy a acompañarle, oh sabio. Puesto que yo agradezco estar aquí.
-         - Meditemos, pues.

Y ahí estaba yo, de pie, contemplando ese poderoso árbol y frente a él ese débil anciano; ambos inmóviles, como si hubiera cientos de conversaciones simultáneas entre ellos.
A veces, mirando al anciano, tal vez por el azote del viento, éste parecía levitar por breves instantes. Nunca supe si fue solo mi imaginación.

Jiang Tseng