Vacío o
Árbol
Así me
encontré a mitad de la montaña. Delante de mí, un vacío inescrutable. Detrás, una ladera empinada.
Atisbé
en la cima un árbol de frondosa copa, cuyas raíces penetraban la roca más viva.
Cerca de mi posición vislumbro una de ellas (de unos diez centímetros de
grosor) que atravesó la roca varios metros por debajo, dios sabe la fuerza de
determinación que puede acumular este majestuoso ejemplar de cerezo para que
esa raíz traspase la roca con tal violencia.
Decido
escalar por ella hasta otra raíz circundante, y de ésta a otra, hasta que me
deslicé a lo más alto de la montaña.
Es extraño,
– pensé – nunca habría imaginado esto.
Se alzaba
ante mis ojos una especie de altar alicatado frente al enorme árbol. Como un gran
baño al aire libre, de azulejos blancos y azulados; tres paredes de unos dos
metros que sostenían no se sabe de que manera un tejado resquebrajado.
En el
mismo centro se hallaba la única pieza del mobiliario: Una piedra de cuarzo
translúcido de un tamaño descomunal, donde residía un anciano escuálido en postura
de meditación.
- -
¡Hola buen anciano! – grité en medio de los fuertes vientos de la
cima.
- -
… - el hombre no movió un solo músculo.
- -
¿Qué es lo que hace aquí, buen hombre?
- -
Medito. Ofrezco mis plegarias a Dios por permitirme estar aquí.
- -
Voy a acompañarle, oh sabio. Puesto que yo agradezco estar aquí.
- -
Meditemos, pues.
Y ahí
estaba yo, de pie, contemplando ese poderoso árbol y frente a él ese débil
anciano; ambos inmóviles, como si hubiera cientos de conversaciones
simultáneas entre ellos.
A
veces, mirando al anciano, tal vez por el azote del viento, éste parecía
levitar por breves instantes. Nunca supe si fue solo mi imaginación.
Jiang Tseng
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